viernes, febrero 20, 2009

Entera

Yo sé que a ella no le gusta su cuerpo, me lo ha dicho miles de veces y en todos los tonos posibles, sin embargo, para mi es la joya más hermosa que he visto en toda mi vida. Ella no me cree, por su puesto.

En las noches, cuando está dormida, me entretengo contando los lunares en su espalda desnuda. Son cientos y son bellos. Mi favorito es el que tiene en el hombro izquierdo, sé que un lunar no puede ser tan espectacular, pero ese es perfecto. Para mi es la mejor compañía cuando amanece y tibios rayos de sol se cuelan por las persianas. Es reflejo de su alma y me muestra que es lo que sueña, al igual que su respiración y que sus movimientos torpes cuando se da vueltas en el colchón, mientras que las imágenes del día atraviesan su cabeza. Yo espero a que despierte para que me las relate con un millón de palabras dulces que, acompañadas con un café, siempre hacen que sonría medio dormido.

Cuando usa falda se le ve la cicatriz en su rodilla izquierda, que se hizo a los seis años con un alambre de púas en el colegio. Casi nadie la nota, porque es muy pequeña, sólo yo que conozco cada centímetro de su piel. Tiene otra más escondida un poco más arriba, en la misma pierna y finos vellos que detesta. No le gusta usar falda por eso, a mi me da igual. Ella siempre se verá hermosa, incluso después de sus clases de spining.

Sus dedos están helados todo el tiempo, al igual que sus manos. Se sienta por horas eternas frente al computador a escribir y a fumar sin parar. Me encanta sentarme tras ella, en el sillón verde a leer y, de vez en cuando, levantar los ojos y observar como se crea un mundo rosado sobre su cabeza. Siento como vuelan a través de la habitación las ideas que después, de forma rápida, teclea y me lee media nerviosa a la espera de mi opinión.

Debo admitir que suelen cansarme sus reacciones cuando termina su relato, cuando le digo que el cuento que acabo de escuchar es lo más bello que he me ha leído. Ella me dice que es mentira, que no está listo y que no tiene nada de lo que ella quería realmente decir. Sus cejas se juntan y me da una mirada de reprobación, sin embargo, yo no puedo mentirle y decir lo que quiere escuchar. Para mi es perfecto.

Cuando mira por la ventana junto a su escritorio comienza a jugar inércicamente con las puntas de su cabello y las enrosca sin fin. Por lo general canta en francés y ve pasar a la gente bajo el departamento. Yo no sé que dice, pero me gusta imaginar que la canción es para mi y que la letra refleja sólo amor. Infantil, lo sé, pero así soy yo. Y así es ella también. Cuando come helado siempre le queda un poco sobre los labios, al igual que cuando toma leche o come chocolate.

Se come las uñas cuando está viendo televisión o si las tiene pintadas se saca el esmalte con los dientes. Y después se las vuelve a pintar, refunfuñando que se le sale sólo. Tiene miles de tick nerviosos como ese. Se rasca la nariz en círculos y siempre se muerde los labios. Cuando algo la sorprende levanta una sola ceja y sus ojos pardos se ven más verdes cuando los días están nublados.

Cada mañana cuando despierta me saca la lengua y yo se la muerdo suavemente. Ella después me besa la nariz.

Cuando hacemos el aseo, ella siempre parte por poner un cd de los Pixies a todo volumen. Por alguna razón que desconozco para ella lo máximo es cantar “Where is my mind” mientras pasa la espiradora. Y yo me entretengo con la loza y su voz. Cuando algo le gusta algo no puede dejarlo. Por eso está conmigo, eso creo.

Cuando lee un libro saca frases que le interesan y las escribe en pequeños papeles con lápices de colores y después los pega por las habitaciones. Luego yo voy y hago pequeños dibujos de nosotros a los lados. Cuando estoy pintando ella siempre se abraza por atrás y besa mi cuello, muerde el lóbulo de mi oreja y después desaparece.

Al caminar por la calle se toma de mi brazo.

Al dormir se acuesta en mi pecho.

Le gusta hacer el amor escuchando Protección, de Massive Atack.

Cuando come se pone la servilleta sobre las piernas.

Cada vez que la beso cierra los ojos. Cuando los abre se detiene mi corazón.

viernes, agosto 17, 2007

La marcha

La cama del hospital era dura y estaba a punto de quedarse vacía. El paciente tenía los ojos cerrados mientras escuchaba la suave voz de las enfermeras conversando a su lado. La televisión prendida era ignorada por todos, posiblemente porque mostraba imágenes de una vida que nadie quería ver. La decadencia y desesperación que causa el saber que ya no quedan más cartas que jugar ni movimientos que hacer en el tablero es muy difícil de enfrentar. Poca gente sabe que hacer cuando ya nada va a mejorar.
El olor a muerte no sólo llenaba aquella habitación, pasillos y cada rincón del hospital, su densidad lo hacía pegarse a la ropa de todo quien transitara entre enfermos y desahuciados, camillas, sillas de ruda o doctores que deambulaban por el edificio.
Eran cerca de las seis de la tarde y por el invierno ya no había sol en la ciudad. Las pocas luces encendidas iluminaban sólo lo que se podía ver en la habitación del paciente. Un color frío golpeaba su piel, los huesos sobresalían de sus mejillas, acentuado sus interminables ojeras y dejando en claro los efectos de la metástasis en su cuerpo.
Había tres enfermeras cerca de la cama. Ninguna pensaba abrir la boca esos últimos minutos. El sentenciado habló por ellas, llenando el vacío con gritos de dolor. Gritos que no lograba sacar de su garganta mientras que entreabría los ojos y observaba por primera vez la pantalla del televisor.
El sonido de tambores redoblando con fuerza una marcha desconocida invadió el hospital de pronto. Una banda que olía a averno comenzó a recorrer el pasillo con rumbo a la habitación. Nadie le prestó mayor atención, todos siguieron haciendo lo que debían hacer. Parecían no escuchar ni los tambores, ni los vientos, ni los silbatos. Tampoco parecían ver los oscuros uniformes de cada miembro marchando. El género roído escondía lo que quedaba de sus cuerpos, aun cuando algunos de sus huesos se asomaban al tocar cada vez más fuerte la interminable marcha de la muerte.
- Cuando era niño mi padre me llevó a ver una banda marchar en la ciudad- se escuchó decir al paciente. Los labios, que apenas podía mover, se veían agrietados y secos. A punto de sangrar. Pero la sangre ya no corría por sus venas, porque ya no era líquida, quedaba tan poca en su cuerpo que le resultaba imposible circular.
- Y me preguntó "Hijo, cuando crezcas ¿te convertirás en la salvador de los pobres y malditos de este mundo? ¿Serás capaz de defenderlos y de proteger sus esperanza?"- una de las enfermeras volteó a mirarlo y encontró sus ojos abiertos de par en par, mientras que su mano en alto parecía querer alcanzar algo invisible para todos. Excepto para él.
- No se agite- le murmuró con voz suave sin darle mayor importancia al asunto.
- Ella me está mirando… me mira y quiere que me vaya con ella- la mano amarillenta y esquelética tomó por sorpresa a la enferma al sostener su muñeca con fuerza, obligándola a mirar sus ojos. Ella intento ocultar el espanto y el asco que le provocaba ver aquel cadáver aún respirando. Pero no lo logró.
- Ella mandó a la banda a buscarme, estoy seguro ¿los escucha? Se acercan, tocan para mí la misma canción del día que se la llevaron- la voz se extinguió de pronto y sus ojos se posaron por primera vez en el televisor. El corazón del agónico paciente latió una vez más cuando un funeral apareció en la pantalla.
Ella estaba quieta en su ataúd, llevaba su vestido favorito. Rosas rojas adornaban el altar mientras que sus amigos y familiares lloraban en las bancas de la iglesia. Él estaba de pie junto a ella, sosteniendo su mano, incrédulo ante la eternidad que reflejaban sus ojos cerrados. Tenía que dejarla ir y decir adiós por una última vez. Tenía que resignarse a pelear varias batallas antes de volverla a abrazar. Tenía que sentarse y conformarse a esperar su regreso. O su partida.
- Esto es lo peor que te puedo decir, pero… buenas noches- murmuró para luego besar sus labios una última vez mientras una banda tocaba el réquiem a un lado de la iglesia. Los signos vitales del paciente eran cada vez más tenues. Casi inexistentes. Una enfermera revisó su pulso y salió en búsqueda del doctor. No alcanzó a notar lo cerca que estaba la marcha de la habitación.
- Mamá, no somos nada más que un montón de mentiras para las moscas- se escuchó decir desde la cama al moribundo. Y luego un suspiro, antesala del último que estaba a segundos de exhalar. La banda detuvo la música en la puerta maloliente del hospital. Un doctor entró rápido y se detuvo junto al lecho de muerte con la ficha médica del paciente en las manos. No dijo nada. No vio nada. Una enfermera acercó una jeringa con agua a los labios del moribundo y humedeció sus labios, dejándolo así decir
- No quiero que ella me vea así, si viene que se de vuelta- pero sus palabras las quemó un fuerte redoble que irrumpió en el silencio tenso del lugar y forzó al condenado a abrir los ojos de par en par. Se vio así rodeado por cinco hombres de negro. Estaban vestidos como el resto de la banda, pero sus trajes resaltaban de los demás, que permanecían formados a la salida de la habitación a la espera de la señal.
- No te preocupes, ella no va a venir- uno de ellos murmuró, apagando todo sonido posible alrededor y encendiendo un cigarrillo. Las enfermeras y el doctor comenzaron a moverse despacio, tan despacio como el humo gris del tabaco y el alquitrán que invadió la habitación.
El paciente dejó de sentir lentamente los pocos latidos de su corazón, el aire quemaba sus pulmones cada vez que inspiraba y sus ojos se cerraron por última vez antes de que la banda comenzara a tocar su réquiem.
- Le dije que mi muerte sería el inicio de nuestra eternidad juntos- el cadáver susurró
- ¿Y para qué le dijiste eso? ¿De verdad piensas que te vas a poder acercar a ella otra vez?- pero el paciente no puedo responder. Sus labios fríos intentaron admitir su condición de mortal, en renuncia al sueño de su padre. Sin embargo, ya no había nada que hacer, y menos que decir.
- Vamos, levántate ahora que todavía puedes
Un redoble volvió a sacudir las paredes blancas del hospital y la banda comenzó a caminar lentamente, con un nuevo integrante en sus filas, que lideraba la caravana de Cancerbero con rumbo a Báratro.

jueves, agosto 16, 2007

Cielo cubierto

Por lo que le escuché decir a la mamá de Wei, nunca antes se había visto una nube como la que cruzaba el cielo de Pekín esa tarde. Yo tomaba el sol junto con Mia mientras que bebíamos el té helado que mamá nos había llevado, cuando sentí la sombra apoderarse de todo mi cuerpo sin darme tiempo de reaccionar. En un principio no me preocupé, creí que era normal, pero luego de escuchar los comentarios no tuve más remedio que entrar en pánico junto con el resto de la gente de la casona.
Esa tarde el señor Yian estaba invitado a cenar, pero se excusó un par de horas antes. Dijo que había una emergencia en el hospital de la que debía hacerse cargo, pero en el fondo todos sabíamos que tenía el mismo miedo que el resto. Talvez mamá tenía razón y no por ser cirujano el señor Yian es un ser superior como lo cree Mia.
No había nadie en la calle y los canales de televisión no transmitían nada más que lo referente a la gran nube negra, que nos sometía a todos al cielo de forma constante.
Me pasé esa tarde mirando hacia arriba con Mia. Nos sentamos, ya vestidas, en la terraza del tercer piso a esperar que algo ocurriera, al igual que el señor Whong, quien nos acompañó un buen rato, más que nada para contarnos una infinidad de relatos de su infancia, tal como lo hacía cuando éramos más pequeñas y no nos dábamos cuanta del paso del tiempo.
A la hora de la cena mi papá dejó la radio encendida, aun cuando mamá quería comer en paz. Por primera vez la voz que guiaba nuestras vidas no era la de papá y me sorprendió verlo tan sometido a los comentarios que emitía el parlante. La ensalada de arroz estaba muy salada y el pescado apenas si tenía salsa de soya. Mamá no estaba bien, pero según ella la culpa era de mi abuela, que ella no había tenido nada que ver con la comida y que mejor escucháramos lo que la radio nos tenía que decir de la nube gigante. Fueron los cincuenta minutos más largos de mi vida, el periodista apenas si hablaba cosas nuevas, gran parte del tiempo se dedicaba a repetir una y otra vez lo que ya antes había dicho. No era gran cosas, no más de lo que cualquier persona podía saber a esas alturas.
Ninguna quería irse a la cama esa noche. Ayudamos a mamá con la loza sucia, acostamos a los niños y nos dimos un baño. Pero en todo momento en lo único que pensábamos era en aquella monstruosa mancha oscura que cubría la totalidad del cielo sobre nuestras cabezas y que no nos permitía hacer nada más que un análisis constante. A ratos parecía acercarse hasta el fondo de nuestros cuerpos, como si fuera capaz de entrar en y revisar el interior de cada una. Después daba la sensación de que alejaba rápidamente sin dejar algún mínimo rastro de su fugas existencia, pero al fin y a cuentas no hacía más que quedarse quieta sobre todos los que a mirábamos.
Papá tuvo que obligarnos y asustarnos con unos buenos golpes para que nos fuésemos a la cama. Lloramos y nos negamos por largo rato, hasta que al fin nos acostamos sin un poco de sueño. Me quedé muy quieta bajo las tapas mirando hacía la ventana. No había ni luna ni estrellas esa noche, solamente un manto gris asechante e inmenso. Mia se durmió al poco rato, por lo que no alanzamos a conversar de lo que se podía significar aquella nube. Algo me dijo que prefería soñar con el señor Yian antes de compartir una suerte de hipótesis conmigo.

No me di cuenta cuando me quedé dormida, sólo sé que cuando desperté ya no había nadie en la casa. La nube tenía ese día un tomo azul algo tornasol, semejante al interior de una concha de mar. Preparé mi desayuno y fui en búsqueda de Mia. La casa estaba vacía.

jueves, mayo 24, 2007

Te imagino sobre mi


Te imagino sobre mí, besando sin dar tregua cada centímetro de piel que encuentras en tu camino hacía mi orgasmo. La habitación está iluminada por las tres ventanas semiabiertas, cubiertas por cortinas blancas que se mueven lentamente, casi al ritmo de la música suave que llena el espacio entre nosotros y el resto del mundo.

En mi fantasía pareciese que no hay nadie más que nosotros haciendo el amor en todo el planeta. Y a lo mejor por eso es que se me hace tan dulce imaginarlo todo así.

Tú me sonríes mientras yo juego con tu pelo. Me haces sentir la mujer más hermosa de todo el mundo para luego- y con extrema delicadeza- morder mi cuello. Yo te clavo las uñas en la espalda al sentir como un ejercito de hormigas se apoderan de mi cuerpo e inspiro profundamente de tu aroma, con la secreta esperanza de que se quede en mi para siempre y así tenerte cerca mío cada minuto de la vida.

Me imagino sobre ti, gimiendo suavemente, casi tímida, a lo mejor algo asustada. Tú tienes sus manos en mi espalda y con un solo y rápido movimiento me atraes hasta tu boca, besándome desesperado, pasional, en un extremo que nunca antes me habías mostrado. Haces que me tiemblen las rodillas, haces que me moje aún más –si es posible- haces que de pronto la habitación comience a dar vueltas, al punto que debo cerrar los ojos y dejarme sumergir antes de que el huracán me lleve y no quede nada de mi para recordar.

Nos veo acostados desnudo sobre una cama completamente desecha. Las sábanas en el suelo, las almohadas a nuestros pies, yo fumando un cigarrillo y tú mirando hacia el techo con las manos tras la cabeza. No escucho música de fondo, sólo tu respiración, volviendo lentamente a la calma al tiempo que yo apago mi cigarro en un cenicero y te abrazo, sumergiendo mi cara en su pecho. No me dices que odias que fume, sólo me acaricias el pelo y me besas la frente.

Te imagino siempre. Pero sólo hoy estabas desnudo.

lunes, septiembre 04, 2006

Ella y él

Ella tomó con cuidado las tazas del desayuno y caminó despacio hasta la cocina. Él la observa desde su silencio sin entender bien la razón de su hermosura. Ella juega ahora con los dedos en el agua mientras esta cae tibia sobre los platos sucios con torta y migas de pan. Él cumplió ayer los treintidós. La casa sigue sucia y ella camina de un lado a otro, aún media dormida, recogiendo ceniceros llenos y vasos con tragos a medio servir; él abre las ventanas del comedor para que el aire viciado del departamento salga y evitar así que las cortinas se sigan impregnando con olor a cigarro. Ella dobla los papeles de regalo que encuentra sobre un sillón, mientras que el agua sigue cayendo tibia en el lavaplatos y se acumula. Él va a la cocina, cierra la llave y toma una esponja con detergente para loza. Ahora ella lo mira en silencio y sonríe sin entender tampoco la razón de su belleza. Él levanta los ojos, sus miradas se cruzan; ella baja la cabeza, él vuelve a lo suyo; ella toma los regalos y los lleva a la pieza. Él prende la radio y pone un cd de Sonic Youth, ella se mueve junto con la canción abriendo más ventanas y luego sacude las sábanas. Él termina. Ella continua. Siguiente canción.
Él contesta el teléfono que lleva rato sonando de manera sorda sin ser tomado en cuenta, ella recoge una caja de condones vacía de un lado de la cama y lo bota en el basurero del baño. Él tiene que salir. Ella lo sabe. Él busca las llaves del auto. Ella las tiene en su cartera. Él aparece en la habitación y se despide, la besa sobre los labios y roza su nariz contra la de ella. Ambos se sonríen y se besan nuevamente. Él le explica a donde va, ella lo escucha detenidamente observando cada movimiento de sus labios. Él se va. Ella se queda.
Él la ama. Ella también.